–¿Qué hacen ustedes por aquí? –preguntó el recién llegado conforme se iba aproximando a la puerta del conductor, entonces se agachó hasta quedar su mirada a la altura del cañón de una pistola del .36

BANG

Sus sesos volaron desparramados antes de que el cuerpo llegase a tocar el suelo.

El vehículo en el que se encontraban los compañeros del caído aceleró haciendo rueda y empezó a alejarse de la escena. Ya no había lugar para el disimulo, eran cazador y presa y debían ponerse en marcha cuanto antes.

–¡Dale rápido! ¡Que se alejan! –gritó Salvatore totalmente nervioso, no quería formar parte de la creciente lista de desgraciados que habían fracasado en sus intentos de acabar con Carlo Marchetti.

–¡Cállate y dispárales!– gritó Luca en el mismo estado de nervios pisando a fondo el acelerador.

Ambos vehículos se encontraban separados una treintena de metros y a esa distancia, aunque se podría acertar algún disparo, la cosa estaba complicada. Había que recortar distancias para facilitar el trabajo a Sal...

En todo caso siempre tendría la opción de ponerse a su altura e intentar echarle de la carretera.

Aquella última ráfaga acabó por golpearles violentamente provocando violentas sacudidas en su cuerpo durante un segundo que se hizo eterno.

Finalmente la balacera se detuvo, pero en la lejanía se divisaba cómo el Ford T en el que viajaba Carlo se iba alejando con cada segundo que pasaba.

–¿Luca? Estás bien –preguntó su compañero como respuesta a sus pensamientos. Entonces su fea cara herida y sangrante tapó la visión del coche ya lejano. Parecía estar bien, dentro de lo que cabía pero su rostro estaba ensombrecido por la preocupación.

–¡Luca dime algo!

Entonces las brumas empezaron a enterrar el rostro de Salvatore ocultándole en un mar negro hasta que todo lo que Luca podía ver era oscuridad.

–Tengo... Sed.