–Humm... Vamos allá– dijo Luca buscando darse ánimos. La verdad es que aquello no era algo agradable, la rutina lo hacía todo más fácil y como acostumbraba a decir Sal, el maldito Carlo Marchetti lo había jodido todo.

–Oye Sal, subiré sólo con la pipa. Tenemos que dejar la lupara en el maletero, no es plan sacarla de paseo. Demasiados ojos.

–Chico, ya sabes que la trajimos por precaución –musitó riéndose Salvatore, como si hablasen de un tema trivial sobre a quién le tocaba esta vez traer los cannoli–. Descuida que yo me quedo cuidando de ella.

Ambos se dirigieron al portal, Sal fue el que se lo tomó con más calma oteando los alrededores sin embargo no vio nada fuera de lo habitual: la mayoría de las personas se encontraban caminando ajenas a lo que estaba por ocurrir, otras se encontraban en el interior de la cafetería; mientras que el resto, en clara minoría se encontraban acomodadas en el interior de sus Ford y se dirigían a alguna parte de la ciudad.

Si se oía algún ruido, cada una de estas personas reaccionaría de una forma distinta, lo sabían por experiencia. Por ello en misiones fáciles en las que el mayor riesgo residía en que les cazasen con las manos en la masa, uno se quedaba abajo. Esta vez sería Salvatore.

Fue nuestro protagonista quién abrió el camino al interior del portal abriendo con la llave que le dieron en la reunión, la tensión era palpable mientras hacía aquella operación. Una cotilla o una mirada podría generar preguntas incómodas que era mejor evitar responder.

Una vez en el interior del portal, el asaltante se permitió relajar su pose y se centró en lo que aguardaba arriba, varios peldaños y una puerta. Ésta era sencilla, de una madera con un tono oscuro sin nada especialmente relevante. La cerradura parecía encajar con la forma de la llave, sólo quedaba comprobar que ésta funcionara.