–¿Qué haces? –le preguntó su compañero extrañado en cuanto advirtió que Luca abría la portezuela, sin embargo desoyó la pregunta y echó a andar en dirección a la mansión.

No hubo tiempo a mucho más, de pronto se encendieron las luces del edificio. Parecía que consciente del allanamiento que estaban planeando, había optado por darles la bienvenida, o tal vez hacerles saber que les habían encontrado. No hubo tiempo para reacciones pues las balas empezaron a saludarles

¡RA-TA-TÁ! ¡RA-TA-TÁ! ¡RA-TA-TÁ! 

–¡Jefe! ¡Tenemos visita! –Dijo uno de ellos mientras que su compañero colocaba el tambor en su propia ametralladora Thompson.

Luca se agachó buscando convertirse en un blanco más difícil y en esa postura corrió en dirección al coche. De pronto sintió cómo un golpe fuerte le empujaba hacia las puertas del coche sin poder hacer nada por remediarlo.

¡RA-TA-TÁ! ¡RA-TA-TÁ! ¡RA-TA-TÁ! 

Sobre él empezaron a caer cristales y algunos restos del coche. La balacera duró varios segundos, unos instantes que se convirtieron en horas a oídos de los vecinos de las edificaciones cercanas.

Cuando cesó el estruendo, se hizo el silencio. Se trataba de un silencio duro y desagradable, era el silencio de la muerte. Entonces se escucharon los pasos de dos hombres corriendo, un acelerón después despidió al vehículo con chirrido.

Atrás quedaron Luca, tendido en el suelo con cuatro agujeros en la espalda; y Salvatore, en el interior del vehículo que se había convertido en su ataúd.

Estás muerto

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