El aventurero, decide acercarse a aquel hombre tan particular, con aquella figura encorvada del hombre flaco, con piel grisácea y ataviado en ropajes lúgubres que parecen pertenecer a eras olvidadas. Sus ojos reflejan el destello de las velas que había colocado a su alrededor mientras sostiene en sus manos temblorosas un libro negro.
El hombre flaco, al percatarse de la llegada del aventurero, se estremece con un temor palpable. Las llamas de las velas danzan en consonancia con su inquietud, proyectando sombras danzantes que se contornean en el aire libre. Sus labios se entreabren, pero ningún sonido emerge, mientras sus ojos desorbitados expresan un miedo profundo ante el recién llegado.
A través de la penumbra, se puede percibir el luto que envuelve a aquel extraño hombre que mostraba sus habilidades nigrománticas con suma facilidad. La presencia de velas por todas partes, como testigos silenciosos, parece sugerir una especie de ritual o conmemoración. El destino de este extraño encuentro pende en el aire, mientras el hombre se enfrenta a un momento de incertidumbre, atrapado entre las sombras y la luz mortecina de las velas.
-No me hagas daño. -Le suplicó el hombre, comentario que parecía ser su carta de presentación- Simplemente estoy esperando a que sean las 9, mi viejo amigo me ha invitado. Esto, no es más que un pequeño entretenimiento que tengo... Total, no pueden alejarse demasiado de mi y... ¡Ya son las 9!. -Sin esperar más, salió corriendo hacia la mansión.