Haces lo que debes, dices la verdad ante la incrédula mirada de los que te rodean y eres trasladado a unas instalaciones en mitad de alguna montaña que no eres capaz de identificar.

Encerrado en una celda en la que eres sometido a diferentes pruebas, vas notando poco a poco como vas perdiendo el control, hasta que pasados un par de meses tan solo eres un mero espectador de las acciones de tu cuerpo.

Eres examinado, interrogado y desde tu posición de observador tan solo puedes esperar que llegue el más que evidente final. El momento en el que no puedan obtener más información de ti, o mejor dicho, de la entidad que te ha poseído.

Ese instante llega pocas semanas después. La muerte al menos es dulce, indolora. Una inyección que te sume en un sueño que trae de vuelta tus mejores recuerdos con tu amigo Paco.

El golpe suena seco. Tu puño impacta directamente en la parte de atrás del cráneo y la cabeza de Paco golpea la consola. La nariz comienza a sangrar de forma escandalosa mientras lo agarras de nuevo y lo tiras contra el suelo ante la atónita mirada del resto de los técnicos.

Mientras tanto parece que el técnico del interior de la sala del bolómetro se ha calmado y no trata de romper el cristal, dedicándose a contemplar la escena de violencia al otro lado.

Paco levanta las manos y te ruega que te detengas, es algo entre un ruego para ti y una petición de ayuda al resto.