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El dolor en la sien es intenso, de nuevo los rayos están saliendo. Ya no es un dolor suave, ahora es fuerte, muy fuerte. Piensas en lo que tienen que estar pasando en el interior de la sala. 

Eventualmente los rayos se detienen tal y como deberían hacer, sin embargo, algo no esta bien. Los dos técnicos se acercan al cristal y comienzan a golpearlo con fuerza. Sus nudillos comienzan a sangrar, pero eso no parece que los detenga.

Paco ordena a seguridad que entren y los reduzcan. Tu, por tu parte, notas que algo esta realmente mal; has sentido la imperiosa necesidad de hacer lo mismo, o peor. Por algún motivo primero sentías que había que romper el cristal, y segundos después torno a una especie de ira dirigida hacia tu amigo. Por suerte te has podido controlar y los demás tan solo han visto como sufrías de dolor.

Cuando los de seguridad terminan su trabajo, tu amigo te dice que hay que ir a informar. No hay que seguir con el experimento en las condiciones actuales.

Harás caso a Paco, o quizá puedas aprovechar para quedarte solo en la sala y aprovechar para probar tu teoría...

Entras en la sala y te diriges directamente al bolómetro, con la idea bien clara en la cabeza.

Levantas el brazo y un rayo impacta directamente en tu pecho, otro en tu brazo y un tercero en la mano. El dolor es tan fuerte que te ves forzado a caer de rodillas y poco a poco vuelves a sentir como pierdes el control.  Algo de nuevo está controlando tus acciones y parece que ahora lo que va a hacer es tocar el vórtice. Nada mas entrar en contacto con la sustancia verdosa sientes un fuerte tirón que te absorbe hacia el interior.

Abres los ojos y ves que te encuentras rodeado de oscuridad. Mueves los pies pero no encuentras nada sobre los que apoyarlos. Los brazos tampoco alcanzan a tocar nada. Es como si estuvieras flotando.

Una profunda y grave y ronca respiración que parece provenir de todas las direcciones hace que se te erice el cabello de todo el cuerpo y es entonces cuando lo ves.

Cientos de tentáculos surgen de lo que podría ser un enorme rostro deformado situado a un par de metros de ti... Uno de ellos se acerca a ti, y con lentitud comienza a atravesarte el estómago hasta que sale por la espalda. No has sentido dolor, ha sido como si tu cuerpo fuera mantequilla. Tus ojos están fijos en aquel rostro y pronto pierdes toda consciencia de ti mismo, sumergiéndote en la oscuridad del lugar que te rodea.