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- ¡Somos casi hermanos, Alejo y yo!- El funcionario Cristóbal Merino lanza un grito de forma casi involuntaria, para luego beber un largo trago de su copa.- ¿Sabe qué le falta a esta fiesta? Una ruleta. Para jugarse los cuartos, ya sabe. No muy lejos de aquí está el casino de la Arrabassada, ¿estuvo usted alguna vez allí? antes de que se estableciera la prohibición del juego, quiero decir. Ahora el casino ha cerrado y aquello no es más que una sombra de lo que fue. Esa ley es un maldito despropósito.
Permites al señor Merino desvariar durante unos minutos, antes de lograr que vuelva al cauce inicial de la conversación.
- Como le decía, conozco a Alejo desde finales del siglo pasado. La guerra de Cuba había sido un verdadero desastre para sus intereses, por no hablar de la muerte de su hermano Pablo durante el conflicto. Alejo volvió de la isla rodeado de un séquito de sirvientes morenos y con su fortuna muy mermada, así que le resultó conveniente la ayuda de un funcionario municipal para establecerse de nuevo. Desde entonces podríamos decir que nuestras carreras han estado estrechamente vinculadas.
El señor Merino se detiene por un momento y contempla su vaso, ahora vacío. Al acabar la bebida parece que también ha finalizado su interés en la conversación.