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- Por supuesto, querido.- La señora Casademunt hace una mueca de algo similar a la melancolía.- No muchos de los asistentes aquí reunidos recuerdan que cuando yo era una joven casadera nuestras familias, ya poderosas en aquel entonces, tenían planes de boda entre Alejo y yo.- Al pasar cerca de una de las mesas tu interlocutora decide, esta vez sí, tomar una copa.
- Efectivamente, estuvimos prometidos por un tiempo, durante el cual pude llegar a conocerle todo lo bien que me fue posible. Era un hombre inteligente y atento, sin duda, pero también extremadamente celoso de su intimidad. Jamás me dio la oportunidad de acercarme a él, ni como confidente ni como mujer. Tan sólo confiaba sus asuntos a su hermano Pablo, y creo que únicamente le vi sonreír en compañía de su pequeña sobrina Isabel, una niña por aquel entonces.- La señora Casademunt vacía de un trago su copa, buscando fuerzas en ello para continuar su relato.
- Su hermano era mucho más abierto que él, más joven y de mejor constitución. En los negocios, Pablo tenía un gran don de gentes y se encargaba de dar la cara, mientras que Alejo era el cerebro de la empresa, tejiendo sus planes desde las sombras. Cuando finalmente los Rovira partieron a Cuba me alegré de que nuestro compromiso fuese cancelado, ya no podía evitar la sensación de que Alejo ocultaba algo en su interior, algo oscuro, cruel y egoísta.
Tras finalizar sus revelaciones, la mujer sacude la cabeza con despreocupación, volviendo a su estado inicial de socarronería desafiante.
- Disculpe, supongo que le estoy aburriendo con hechos que ocurrieron hace ya más de treinta años, creo que iré a buscar otra de esas excelentes botellas que guardan tan celosamente los morenos de Alejo.