Le sacas la máscara a tu acompañante. Su cara es anodina, indistinguible de cualquier otra persona con la que te podrías cruzar una noche de desenfreno. Solo su mirada desencajada, con un gesto de sorpresa y dolor, te recuerda que está muerta. Y que tú la has matado.

Da igual. Ahora ya da igual.

Te pones la máscara. Sientes un olor sofocante a sudor y colonia barata. El mundo se ve de otra manera desde los ojos del conejo.

Abres la puerta y sales al pasillo. Del reservado de al lado sale otra figura enmascarada. Un cocodrilo. Lleva un bate en la mano teñido de rojo que todavía gotea sangre. Se gira al verte y hace un gesto de asentimiento con la cabeza. Le contestas con uno similar. Has dejado el cuchillo dentro. Por un momento piensas en entrar a por él pero el cocodrilo te toca el hombro para que lo sigas. Lo haces de forma casi automática.

Cuando llegas al borde de la escalera contemplas una escena dantesca. En la pista de baile está sucediendo una carnicería. La gente enmascarada persigue y mata a todo aquel que no lleva puesta una máscara. Ves a una chica que sube las escaleras desesperada perseguida por dos individuos con máscaras de leones. El cocodrilo baja para interceptarla enarbolando el bate de beisbol. La atrapan como una jauría de bestias en medio de la escalera. 

El cocodrilo se gira hacia ti, te hace una seña para que te unas a la orgía de muerte. Contemplas como someten a la chica. No tiene salvación.