Permaneces quieto, mientras tu respiración agitada continúa delatando donde te encuentras. Estás seguro de que algo te tocó la mano hace unos segundos. Hay alguien aquí, contigo, observando, esperando. 

Comienzas a girarte en todas direcciones persiguiendo susurros que se pierden en la negrura. Estás seguro que acabas de escuchar algún tipo de voz aunque no has entendido lo que decían. Maldita sea, necesitas salir de aquí. Notas como la habitación cada vez se hace más pequeña, como se repliega sobre si misma encerrándote en un espacio cada vez más diminuto. Te falta el aire, no puedes respirar. Esa sensación de claustrofobia te atenaza el corazón y ahoga tus pulmones con un perverso abrazo que amenaza con asfixiarte de un momento a otro. Y por fin:

- ¡¡¡¡Aaaaaaaarrrrgghhh!!!! ¡¡Socoroooooooo!!

Un grito incontrolado rasga tu garganta, que escuece como tras haber bebido cristales. Te haces un ovillo y lloras, mientras notas como te asfixias poco a poco en una habitación cada vez más pequeña, a pesar de que la oscuridad no te deja ver ni las paredes que te rodean.