Frente al combate inesperado de la emboscada que habéis sufrido, te aprestas a calmar la agitación de tu montura, agarrando con firmeza las riendas del caballo, preparado con antelación para abatir con tu espada a las arañas en cuanto estén a tu alcance. Guardando una posición central, el resto de miembros de tu grupo se distribuyen a tu alrededor para flanquear a las monstruosidades. Mantienes el pulso firme del brazo del arma, calculando el momento idóneo para observar el escenario que os rodea de forma estratégica.

Cuando los insectos, de forma sibilina y veloz, camuflados en la semioscuridad de la niebla se lanzan sobre vosotros desde el frente, e incluso alguna posición elevada, se ven respondidos por una lluvia incesante de golpes que les rechazan como un muro. Sin embargo maniobrar resulta cada vez más complicado debido a los fluidos que desprenden los arácnidos, pugnando por paralizar vuestros caballos y haceros sus presas.

En un momento del combate te ves sorprendido por el aguijonazo de una araña, que logra derribarte de tu montura. Tumbado en el suelo, aturdido e incapaz de recibir la ayuda de nadie, el monstruo te envuelve rápidamente en su tela mientras gritas.

Tu visión se oscurece cada vez más hasta que ya no puedes ver nada...