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27
Cuando los techos como colmillos de Huesos quedan atrás, no puedes evitar sentir cierto alivio. Pero pronto, a medida que te adentras en el páramo y la única huella humana del lugar se debilita, sientes como te invade un vago temor. La noche es tranquila, luminosa y quieta como el hielo; no sopla ni una brisa y, a pesar de todo, la niebla avanza, difusa y silenciosa, arrastrando sus jirones hacia la aldea como los brazos de un moribundo.
"Sólo es niebla", te dices cuando no tienes más remedio que atravesar alguno de sus largos dedos.
Caminas durante lo que te parece un largo rato. Entonces te detienes.
A un lado del camino distingues, a una distancia imposible de determinar, la difusa lumbre de una hoguera brillando a través de las franjas de niebla. Desde el lado opuesto te llega el murmullo de un riachuelo y caes en la cuenta de lo seca que tienes la garganta.