Extraes con mano temblorosa la cruz del interior de tu capa. La criatura no aparta su mirada vacua de ti. Sin atacar, sin huir. Debes aprovecharlo, dar el primer paso; sin embargo, titubeas.

El crucifijo pesa en tus manos, la madera es recia, sagrada. No puedes dudar para siempre. Así que sierras los dientes y sales a la claridad de la hoguera.

"¡Atrás!" gritas, alzando la cruz.

La criatura retrocede, levantando los párpados. Sus ojos son incoloros, como lavados. Después se sosiega.

"Baje eso" dice con tristeza. "Esta cruz no le servirá contra lo que nos enfrentamos".

Las palabras se te atragantan. Su voz suena inexplicablemente humana en su boca fantasmal.

"Acérquese, no tema" continua la figura. "Tome asiento. Soy el párroco de Huesos. Bueno, lo era. Y dentro de poco, nada seré".