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Con la misma disciplina militar que poco tiempo antes mostraron en el ejército de la República, Lander y Untzalu os introducen en su furgoneta cuando comienza a oscurecer y salís del caserío.
-Vamos a buscar a un amigo de la causa- explica Lander, parco en palabras-. Él os llevará a Hendaya.
“O a la Isla de los Faisanes”, matizas, para ti. Conocedores de la región, los guipuzcoanos os conducen por caminos infames pero seguros hasta llegar a una pequeña casa junto al río, Bidasoa arriba. Salis del vehículo para ver a un labriego joven concentrado en su huerta.
-Ese es Andoni- explica Untzalu-. Se destrozó la rodilla de crío y no luchó en la guerra. En el asedio a Irun atendió en este mismo lugar a heridos de una y otra trinchera, con lo que se ganó las simpatías incluso de los nacionales. Ahora confían en él- el campesino se acerca con una ostensible cojera-. Andoni se destrozaría él mismo su otra rodilla antes que hacerle mal a nadie, o que permitir que gente como vosotros quede varada en el país a merced de los fascistas.
-Kaixo- os saluda. Le estrecháis la mano, sinceramente agradecidos. Señalandoos el interior de la casa, os ofrece algo de comida y descanso. Los niños descansan en su catre con una serenidad que llevan tiempo sin disfrutar. Untzalu y Lander dialogan con él en euskera en el marco de la puerta, y finalmente parten, tras tocar el ala de su gorra a modo de despedida.
Tras una hora, Andoni se levanta decidido.
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ALONSO DE ENTRERRÍOS
