Tomas asiento y contemplas el párroco al otro lado de las llamas. Los ropajes negros que viste son, en efecto, una sotana, y en su garganta distingues el punto blanco de un alzacuellos. Te fijas en como la luz parece atravesar sus manos y su rostro, como si su piel careciera de la consistencia necesaria para reflejarla.

"Me ha asustado, pensaba que era usted uno de mis parroquianos. No quiero que me vean así. Eso podría quebrar lo poco de razón que les queda".

Al hablar mueve las manos y éstas van dejando una estela vaporosa.

"¿Es la niebla lo que le hizo esto?" preguntas.

"No lo hizo. Lo está haciendo. Me estoy volatilizado. Me estoy volviendo... parte de ella." Sus ojos blancos te miran con impotencia. "¡Ingenuo de mi! Confíe ciegamente en que la Santa Cruz me protegería. Pero esta niebla... es un mal que viene de un pasado arcaico y sombrío. Un mal que no se puede combatir con símbolos modernos... y vacíos".