Cruzas el jardín y compruebas la puerta de la herboristería. Está cerrada. Por fortuna, en la parte trasera encuentras una portezuela mal cerrada que te permite entrar.

La puerta da a un laboratorio dónde se amontonan volúmenes de botánica, vasos, tubos, botellas y otros instrumentos de uso incomprensible para ti. Ramilletes secos de diferentes plantas cuelgan en cuerdas tendidas cerca del techo y frascos con puñados de hojas y polvos se alinean en interminables estanterías. Es una estancia pequeña, pero debido al desorden tardas mucho en registrarla. No hallas nada.

Te paras a considerar si deberías mirar en el resto de la casa o tal vez probar en otra, cuando te das cuenta de que no importa. No tienes ni idea de dónde buscar. Hagas lo que hagas, tus probabilidades de éxito son virtualmente nulas.