Item | Descripción | Valor |
---|
21
-Vais a atraer la atención de toda la guardia civil de la frontera, cagüenla.- reconocéis a Lander, que mira a los alrededores temiendo ser sorprendido en cualquier momento.
-Han sido prudentes, y astutos huyendo de los civiles.- media el conductor, que sale del vehículo aún con el temblor en el cuerpo. Lander gruñe y maldice en euskera. Os señala el interior de un caserío venido abajo.
-Son muchos los que buscan salir del país en estos días- explica Lander, casi con tono de excusa-. Con cada grupo que quiere escapar nos ponemos en peligro. Ni permitiendo huir son elegantes estos fascistas.
El conductor os da la mano, más tranquilo, y se sirve un vaso de vino que bebe de un sorbo.
-Mi nombre es Untzalu- no sabéis si usan sus auténticos nombres, pero no podríais reprochar ese pequeño engaño-. Pasaréis aquí un par de días. Entonces un pastor de la zona os guiará a Francia.
-Habíamos pensado hacerlo por el Bidasoa- interviene Amelia, angustiada ante la posibilidad de quedaros aquí más de lo necesario. Julián asiente.
-Anoche vimos barcas atravesando el río sin dificultades- observa-. Si esta noche pudiéramos conseguir hacerlo dejaríamos de ser un problema para vosotros?
-¿Ah, con exigencias?- gruñe Lander. Untzalu muestra más comprensión.
-En el viaje de esta noche podríamos llevarles a ellos también.
-¿El viaje de esta noche?- intervienes. Untzalu asiente.
-Hay otras personas… una familia de Badajoz. El padre es sindicalista, o lo era, cuando existían los sindicaros, y Yagüe arrasó la ciudad. Pudieron esconderse durante la guerra y ahora han llegado a Irun. Tenemos una barca que les trasladará a Hendaya esta misma noche.
La mirada de Lander es de pura reprobación hacia la imprudencia de su compañero. Os señala finalmente al interior del caserío. En una habitación oscura pero acogedora descansa un matrimonio joven, con los rasgos envejecidos y fatigados. La mujer sostiene a un niño de no más de tres años, afectado de una clara desnutrición. Otro niño, de unos seis, os mira desafiante, pero claramente asustado, hasta que su padre le tranquiliza acariciándole su pelo desgreñado. El hombre se levanta y os da la mano.
-Me llamo Agustín Hernández- os saluda, con dignidad-. Creo que a mi familia y a ustedes nos atraen a aquí los mismos motivos.
Amelia y Alonso intercambian palabras y ánimos con el padre, mientras Julián atiende afectuoso al niño pequeño, que sufre una fea tos. Tras unos minutos buscáis un rincón donde debatir vuestro siguiente paso.
-Un pescador les acercará esta noche a Hendaya- recuerda Julián-. Si vamos con ellos, podrían dejarnos en la Isla de los Faisanes.
Alonso niega con la cabeza.
-Demasiados para una barcaza- observa-. Pareceríamos una tropa de desembarco.
Amelia coincide.
-No podemos poner a la familia Hernández, o a los que les ayudan, innecesariamente en peligro.
-Si Untzalu y Lander piensan que es posible, deberíamos considerarlo- razona Julián, tan deseoso de que la familia llegue al exilio como lo están sus compañeros-. Ellos se conocen la zona mejor de nosotros. Además, tenemos poco margen para encontrar otra forma de regresar.
-Creo pues- concluye Alonso- que es tiempo de elegir.
99
AMELIA FOLCH