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Finalmente estabas a salvo, de vuelta entre especies civilizadas, lejos de esa infame plaga de la que habías tenido la suerte de escapar. Porque lo sabías, tu supervivencia había sido por mera suerte, una suerte que la mayoría no tenía ni tendría nunca mientras esa plaga no llegase a su fin. Sin embargo, hecho de que hubieses podido regresar a tu hogar no quería decir que lo hubieses hecho igual que cuando saliste de él… aquel mundo te había cambiado de formas que nunca hubieses creído posible.

Habías visto el corazón de la bestia, sus aberrantes y superpobladas ciudades, su moribundo planeta de origen, extremadamente contaminado, su perversa y violenta naturaleza, su execrable conducta incluso con sus semejantes, con crímenes entre semejantes incuso en el mismo centro de su territorio… un territorio que no hacían más que expandir para seguir alimentando su insaciable hambre de recursos, su inacabable ansia consumista. Alguien tenía que detener a los humanos, no podía permitirse la continua y descontrolada expansión Imperio Humano… incluso aunque ese alguien tuvieses que ser tú.

Por eso, por que habías visto su corazón, pisado la Tierra y vivido para contarlo, pasarías el resto de tu vida enfrentando a los abominables humanos, primero como un soldado, luego como un mercenario, y con el tiempo, como líder de un creciente grupo de resistencia que los enfrentaría allá donde fuesen.