Mientras miraba el metal precioso sentía como mi cabeza iba girando a la velocidad marcada por los intensos reflejos de su superficie.

El hombre, mientras tanto, me observaba sin ocultar su decepción.

La niebla que antes se había mantenido a mis espaldas ahora me cubría con voracidad.

Desperté sobresaltado en mi salón. Era ya de noche. ¿Cómo había quedado tanto tiempo traspuesto? Comprobé que la caja ya no estaba en la mesa y cuando me dirigí a mi mayordomo para preguntarle por ella se vio sorprendido. Tampoco sabía a que me refería cuando le pregunté por su indagación en la oficina de la Compañía de las Indias.

Todavía confuso me fui a mi habitación pensando que, quizás, todo había sido un sueño: la visita del funcionario, la extraña caja y, sobre todo, aquella charla en el acantilado.

Pero cuando cerré los ojos de nuevo no pude evitar pensar en aquellas últimas palabras. ¿Quién nos custodiaria de las Pesadillas?

FIN