Te intentas reponer del dolor y seguir caminando en busca de la ruta.
Tras unas horas, cuando ya empieza a oscurecer, el dolor es insoportable, la herida sangra y se te empieza a emborronar la vista. Probablemente no mueras por la mordedura, pero si podías luchar o huir de ése oso que acabas de toparte por sorpresa, eres perfectamente consciente de que en el estado que te encuentras, te has convertido en su cena incluso antes de que se abalance a por ti.
