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Un escalofrío recorre tu espalda.
Abres los ojos y la visión de la casa en ruinas te golpea como un bofetón. El techo, agujereado y desmoronándose, deja entrever las nubes rojizas que asoman tímidamente entre las grietas.
Pese a todo, es mejor eso que las pesadillas.
Está amaneciendo.
En este improvisado refugio te enfrentas a la desoladora realidad que te ha arrojado a este rincón olvidado: sin trenes que te lleven de vuelta a casa desde el hospital debes pasar la noche entre estas paredes que apenas se sostienen en pie. Al inicio tenía sentido, al menos mientras ella estuvo ingresada, pero ahora ya no tienes otro lugar al que ir.
Una punzada de dolor vuelve a atravesarte, pero tratas de hacer de tripas corazón e incorporarte.

La "puerta", un simple hueco en la pared que alguna vez fue un pasillo, se convierte en tu conexión con un mundo exterior que parece haber enloquecido.
El frío del otoño penetra sin piedad, cada ráfaga de viento te recuerda lo inseguro que es tu refugio. La noche ha sido cruel y, sin fuerzas para apartar la basura que te sirvió de lecho, has dormido muy poco.
Una vieja radio yace entre los escombros, parece una reliquia que solo emite ruido. Al intentar encenderla, la estática es tu única compañía, por suerte cuentas con algunos componentes electrónicos que podrían devolverle la vida.
Como un presagio siniestro, un helicóptero rasga el silencio, pasando demasiado cerca de tu precario refugio.
Durante el día los disturbios vuelven muy peligroso salir al exterior. Además, esta noche la oscuridad traerá consigo el toque de queda... lo cual sin duda hará mucho más difícil el salir a buscar suministros cuando la gente duerme.
La urgencia se apodera de cada pensamiento, acaba de amanecer pero tienes la amarga sensación de que ya no te queda tiempo.
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