Gritas con todas tus fuerzas mientras cargas contra el grupo de jinetes, esperando que se aparten sus caballos para que puedas seguir hasta el campamento, que según los millarium está a pocos minutos.

Demasiado tarde, te das cuenta que los jinetes eran romanos, cuando el centurión da la orden de lanzar sus pila contra tí, desmontándote con un brutal lanzazo en el hombro.

Cuando se acercan a tu cuerpo tendido, aún estás vivo, pero tienes unos cuantos huesos rotos por la salvaje y aparatosa caída del caballo. 

A duras penas logran llevarte con vida al campamento de invierno, donde te recuperarás... parcialmente, y podrás tener un retiro de legionario.

Muchos miles no han tenido tanta suerte.