Item Descripción Valor

El abuelo era un total desconocido para mí. Sólo recuerod de él que era un anciano que vivía en un pueblo más allá de cualquier carretera principal. No en el pueblo, sino en una vieja mansión en medio del monte que no contaba con electricidad. Ya no le pidas internet o teléfono. Sólo visitamos una vez al abuelo siendo pequeños y fue como viajar a una novela del siglo XIX. Aquella casa me pareció espantosa. Gracias a dios no nos quedamos a dormir. Tenía solo nueve años y aún ahora recuerdo la sensación de estar en otro mundo.

Tampoco fue un gran anfitrión. El tiempo que estuvimos allí ni nos miró. Mamá parecía decepcionada. Estaba en una de sus muchas fases de meditación, zen o lo que tocase en ese momento. Papá, como siempre, parecía demasiado ocupado para darse cuenta de que nadie que no fuera la Empresa existía. Se pasó aquella tarde buscando una señal de cobertura desesperado, como un pez boqueando fuera del agua.

Ni yo ni Rosalie quisimos entrar en aquella casa así que deambulamos por la propiedad fascinados por ver tanta vegetación. Eramos niños de ciudad: ver algo sin asfaltar era un acontecimiento.

Nos fuimos - nos echó - antes de que cayera la noche. Nadie pareció disgustarse por eso excepto mamá. Todo el camino de vuelta estuvo huraña y silenciosa. Y eso era raro. Mamá estaba como un cencerro pero era divertida.

No me acordé de que tenía un abuelo hasta que me llegó el sobre del notario notificándome que ahora era el propietario de una finca en el culo del mundo en cuyo centro se alzaba una ruinosa mansión. Ahora tengo 40 años, estoy soltero y empiezo a cogerle el gusto a vivir de herencias. Primero papá y su fabuloso seguro privado: para algo le valió tanto trabajo. Luego mamá desapareció en un viaje a la India. Nunca llegamos a saber como murió pero nuevamente nos tocó un suculento regalo en forma de herencia.

Rosalie sigue trabajando. Yo prefiero pasar mi tiempo libre fingiendo que soy escritor. Nunca he intentado escribir nada en serio, pero voy a cursos de escritura creativa y sé hablar de libros que nunca leeré.

Y ahora, con la herencia del abuelo tengo otros diez o doce años de prórroga. Porque esa finca seguro que vale un dineral. O igual puedo dármelas de interesante y trasladarme a vivir allí. ¿Por qué no? El escritor retirado para terminar su gran novela. Suena creíble.