–¡Queridos hermanos McManus! –Dices– Me alegra veros, pero me pilláis en un mal momento. Alguien me ha robado mi oro, pero supongo que vosotros no sabéis nada de eso ¿Verdad? A no ser que queráis acompañarme y ayudarme a encontrarlo...
–¿Vas en serio? ¿Este tipo va en serio, hermano?
–Creo que nos está tomando el pelo, hermano.
No voy a engañarte, la cosa no pinta bien para ti. La forma en la que se atusan sus barbas, vacían sus pipas, y se remangan...
Es la clásica preparación para un combate a puñetazos.
–Chicos... Amigos... ¡Compadres! Podríamos unir nuestras fuerzas y os pagaría enseguida... –Empienzan a golpearse los puños contra las palmas de las manos. Uno de ellos escupe con tal fuerza que derriba a un pajarillo– Vale, vale, vale... ¿Qué os parece esto? Este es mi sombrero favorito. Os lo dejo en prenda hasta que recupere mi oro...
–Oh, eso suena genial ¿Verdad, hermano?
–Claro, claro. Tráelo aquí.
Les das el sombrero. Lo miran, apreciando cada minucioso detalle de su excelente composición. Hacen un par de comentarios sobre su ribetado y su calidad, que sin duda dejan entrever que saben valorarlo.
Y luego, de un puñetazo, lo dejan hueco. Te lo lanzan a los pies.
–La próxima vez más te vale traer el dinero, o haremos lo mismo con tu cara.