Saltas para sorprender al ladrón, pero el sorprendido eres tú...
Nunca se trató de seguir el rastro a un caballo.
Es un centauro.
El tipo aún sostiene, con sus brazos humanos, tu cofre. Te mira completamente desconcertado.
Le pegas.
Llevas todo el camino desde tu casa reservando tus mejores golpes para este tío. Intenta ponerse a dos patas y defenderse con los cascos delanteros, pero te mueves a velocidad leprechaun dejando una estela de luz arcoiris a tu paso, y le saltas a la cara.
Puñetazo. Puñetazo. Puñetazo.
–¡Aaaaaah! ¡Para, por favor! ¡Me rindo! ¡Hablaré!
El centauro te devuelve tu cofre, y te explica que lo robó para los hermanos McManus; él les debe dinero y ellos le ordenaron quitarte el oro para que su deuda fuera perdonada.
Le dejas ir. Y tomas nota mental de lo de los McManus. Ahora dos puñetazos llevan sus nombres.
Te descuelgas la llave del cuello y, tras asegurarte de que estás a solas, abres el cofre para comprobar que está tanto el oro como... lo OTRO...
Las monedas brillan y lanzan reflejos dorados por tu rostro.
Y justo sobre ellas está, a buen recaudo, tu mayor secreto...
Tus cintas de cassette con audioterapia para el control de la ira.
Fin.