Sigues el rastro de los cascos. Es lo más fiable hasta ahora.
El rastro te lleva a un claro. Oyes un ruído como de cacerolas a tu izquierda. Te giras y ves a un caballero gigantesco (bueno, gigantesco para ti. Tamaño humano medio) que se está incorporando con ayuda de un árbol. Parece estar ebrio o herido o ambas cosas.
Su armadura está cochambrosa y con manchas de sangre seca. Tiene algún vendaje aquí y allá. Su pelo largo y rubio está sucio y pegajoso, y se lo aparta cuando te ve, abriendo mucho los ojos.
–¡Anda! ¡Un enanito de esos! –Dice soltando una carcajada –Eres uno de esos que tienen oro ¿Verdad?
El soldado desenfunda su espada, y se tambalea sonoramente caminando hacia ti. Mientras te clava la mirada, tú no puedes moverte. Es lo que tiene ser leprechaun. Sólo si la aparta podrás desaparecer.
Pero ¿Eso es lo que harás? ¿Desaparecer y darle esquinazo? Se ha cruzado en tu camino y tendrás que dar una vuelta mayor antes de incorporarte al sendero del rastro. Eso te retrasará bastante.
¿O prefieres pelear?
El soldado aparta la mirada un momento, para comprobar que sigue teniendo dos pies y sólo uno es derecho.