Partida Rol por web

Madrid Nocturna - La Edad de la Sangre

Portada

Datos de la partida

Madrid Nocturna - La Edad de la Sangre

 

Director: BlackZack
Reglamento: Vampiro, La Mascarada
Sistema: Rol por web
Jugadores: 8
Nivel requerido: Medio: jugadores con un mínimo de experiencia
Ritmo de juego: Medio: un mensaje cada 2-3 días
Fecha de comienzo: 22/05/2012
Estado: Suspendida

Introducción

Sinopsis

Notas sobre la partida

1 - Juegos de Instinto

For all that is worth,
the blood on my hands
is the blood of Divinity.

Asp Hole (Cain), Tiamat

Creación de personaje

Lila —la llamábamos así porque fue Abrazada después de una paliza, y la cara de aquella puta loca nunca sería la misma después de eso, quizás eso contribuye a que esté como está— estaba perdiendo la paciencia, y eso no me gustaba. Tenía la pala en la mano, dispuesto a reventarle la cabeza al cabroncete de su nuevo chiquillo si salía de la tierra con ganas de hincarle el diente a alguno de nosotros, pero estaba preparado para reventársela a ella si hacía falta.

La vi saltar de lápida en lápida y cargárselas, y cada vez era más difícil encontrarla. Eso me recuerda por qué se me ponen de corbata cuando a los Malks se les va la pinza: porque tienen la maldita Ofuscación y si se les va mucho pueden aparecer en tu cuello y desgarrártelo antes de que puedas darte cuenta. Chisté para intentar llamar su atención y que dejara de hacer estupideces. Pero un ruido seco me llamó la atención en la tierra removida. Una mano, sucia de tierra, pálida y con los músculos tensos por el frenesí me hizo sonreír. Ahí estaba el jovencito, demostrando que podía salir. Si supiera lo que le espera... Me reí solo con la perspectiva de ver si valía la pena habernos cargado a un par de enfermeras y médicos en el psiquiátrico para coger a este loco, pero la risa se me cortó enseguida. Un reflejo metálico, una cara amoratada a la luz de la luna, el filo de una espada a mitad de mi cue-

Manadas

Irina recogió, uno tras uno, los tributos de Vitae de cada uno de los miembros de la manada. A pesar del crepitar del fuego y el olor a sangre que despertaba a nuestras Bestias, aquel momento era tan solemne que nuestros silencios, como hacen las sombras del Abismo con la luz, devoraban cualquier otra cosa que no fuera la Vaulderie.

—En nombre de Caín y Lilith, los primeros de nuestra Sangre, anteriores a la depravación de los Trece, yo bendigo esta Vaulderie que unirá a todos los miembros de la manada. Que nuestra sangre sea común como lo es nuestra fe y nuestra convicción, que los lazos se mantengan unidos en la batalla contra los enemigos de Caín, que nuestras voluntades sean una sola —pronunció solemnemente, y la hoguera, los olores, incluso las farolas y las estrellas, desaparecieron bajo el influjo de su sermón—. Ahora, hermanos, bebed.

Y bebimos, como hermanos que somos.

Madrid, año 2004

Miró atrás por última vez mientras salía de la estación. Sabía que no era buena idea volver tan tarde a la pensión, los dos tipos que la seguían con tranquilidad se lo decían. Uno de los dos, lleno de piercings y dilataciones que le dolía incluso ver, vestía con una chupa de cuero y tachuelas con símbolos anarquistas vueltos del revés y un vaquero raído lleno de lo que parecína manchas de sangre reseca. Sus botas militares resonaban junto a su agitada respiración. La suya sola, porque a los otros no los oía respirar en el eco que permitía el silencio de la estación de Sevilla. El otro tenía la cabeza rapada por los lados aunque un flequillo demasiado largo para no ser gay, aunque algo en aquella mirada brillante, su perilla afilada parecida a la de los diablos de los dibujos y su sonrisa inquietante no le hacían parecer precisamente un joven con ganas de fiesta en Chueca. ¿Eran colmillos lo que había visto en aquella fracción de segundo en que se atrevió a mirar? ¿Por qué la gente se dejaría hacer esas cosas?

Estaba pensando en absurdeces mientras aceleraba el paso. Por fin los escalones que salían frente al BBVA. Ahora solo tenía que seguir el camino hasta la pensión en el Barrio de las Letras. Le tranquilizaba lo bonito de aquellas callejuelas, con poemas incrustados en el suelo que leer después de disfrutar de unas tapas y unas cañas. Pero el pensamiento relajante se rompió cuando oyó los pasos de aquellos dos acelerarse tras de ella. Su instinto le dijo que corriera, y eso hizo. La calle estaba vacía a las 3 de la mañana. No podía ser que el centro de Madrid estuviera vacía por muchas 3 de la mañana que fueran. ¿Por qué ahora que estaban aquellos dos detrás?

Sus miedos se confirmaron cuando ellos también comenzaron a correr. Los oyó reírse y en el reflejo de un espejo de cruce vio cómo las farolas, demasiado tenues, iluminaban unas pieles pálidas. Jodidos góticos satánicos. Pidió auxilio, pero no ocurrió nada. Siguió corriendo. Le pareció ver, un trecho a la izquierda, aquel hotel lujoso frente a las cortes pero alguna neurona estúpida le dijo que se metiera por los callejones también vacíos. El miedo la estaba haciendo idiota, e iba a morir. Los latidos de las arterias en su cerebro parecían un código morse que le anunciaban que moriría.

Dejó de oír sus pasos, pero no quiso mirar. Parecían haberse quedado quietos. Llegó al final del callejón, hasta la cuesta con los poemas y respiró. La misma neurona estúpida le hizo mirar atrás. Estaban al principio del callejón. El brillo de los colmillos estaba ahí. Y de pronto ya no estuvo. Solo vio dos estelas acercarse a ella como rayos. Quiso correr, pero lo único que corrió en ese momento fue su sangre, por la E mayúscula dorada de Espronceda.

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