Partida Rol por web

 La desgastada fachada anunciaba el descuido en el que el hotelucho de mala muerte se encontraba desde hacía ya varios años. Tu habitación no era la excepción aunque con tus ingresos no habrías podido procurarte algo mucho mejor. Las dos ventanas (una en la pequeña sala de estar y otra en el dormitorio) tenían sus cristales llenos de polvo y marcas de dedos de sus anteriores ocupantes. Los pocos muebles y cuadros que poblaban la estancia parecían haber sido elaborados hace más de tres siglos. Ninguna lija había osado pasar por sobre la mesa o por las puertas del ropero para quitarle los guijarros de pintura que se caían al más leve roce.

 La mañana del 20 de agosto despertaste temprano. Debían ser las diez por cómo se colaba el sol a través de las mirillas ausentes de la ventana. Te sentías inquieto, como si supieses que algo malo estaba por suceder. Los ruidos de los peatones y de la ciudad no te permitieron continuar con tu descanso y aunque lo intentaste con todas tus fuerzas el golpe en la puerta anunciando una inesperada visita te obligaba, más por curiosidad, a levantarte del camastro...¿Quién podría estar llamando?

 El miércoles 20 de agosto no parecía ser diferente para ti. En tu despacho la mañana transcurrió como siempre. Te paseaste por la habitación revisando por milésima vez la pequeña biblioteca que con los años habías logrado hacer crecer alimentándola con las obras de arte literarias que todo arqueólogo docende debía cargar como si de su santa Biblia se tratase.

 En tu escritorio descansaban desordenados todos los apuntes y trabajos que debías corregir pero la falta de experiencia e iniciativa de muchos de tus alumnos no había logrado inspirarte siquiera veinte minutos de corrección.

 Tomaste el último sorbo del café preparado en el comedor de la Universidad. Estaba frío, qué se le iba a hacer.

 Así era, pues...otro día en tu carrera profesional de docente...

 Desayunaste tranquilo esa mañana. Como todos los días hojeaste rápidamente el periódico que unos minutos antes habías sacado a hurtadillas el periódico del portero mientras el pequeño hombrecito se hechaba una de sus famosas siestas en su silla a la entrada de la pensión.

 "Martes 20 de agosto de 1958" anunciaba la primera hoja. 

 Sin siquiera leer el primer titular dejaste que tu mirada se perdiera al observar a través de tu ventana el rosal que se mecía de un lado a otro con la brisa mañanera.

 "Otro día tranquilo", te repetías una y otra vez...