Tras mucho caminar, finalmente aquel aventurero logra llegar al pueblo donde apunta la flecha mágica de la carta. Milagrosamente había llegado a tiempo, de hecho aún tiene casi una hora antes de las 9 de la noche.
En el corazón de un valle sereno, rodeado por colinas cubiertas de exuberante vegetación y campos de cultivo que se extienden hasta donde alcanza la vista, se encuentra un pequeño pueblo idílico. La luz del sol acaricia las fachadas de las pintorescas casas de campo, cuyas paredes blancas y tejados de tejas rojas resplandecen con calidez. Las calles empedradas están ligeramente inclinadas, creando un ambiente pintoresco y acogedor. Árboles frondosos alinean las aceras, ofreciendo sombra fresca durante los cálidos días de verano. Macetas colgantes adornan las fachadas de las casas, rebosantes de flores vibrantes que añaden un toque de color a la escena. En la plaza central, una antigua iglesia con su campanario señorea el paisaje. Su arquitectura de estilo clásico, con ventanas de vitrales que filtran la luz de manera suave, añade un aire de solemnidad y tradición al pueblo. A su alrededor, un mercado al aire libre exhibe productos locales: frutas frescas, pan recién horneado y artesanías elaboradas por los talentosos habitantes del lugar, aunque debido a las horas que son, los lugareños están recogiendo sus mercancías.
Y, en donde la flecha apunta, encima de una colina cercana, se encuentra una enorme mansión, rodeada por menhires. Aunque el camino para llegar a ella es demasiado estrecho y sinuoso como para que los carros pudieran acceder hasta ella.