En aquella colina, se alza majestuosamente la imponente mansión rodeada de un halo de misticismo, cuya arquitectura de estilo medieval se erige con gracia y solidez. Las altas torres de piedra se alzan hacia el cielo, destacando contra el horizonte. Los ventanales góticos, adornados con intrincados vitrales. Claramente este era el lugar donde el poderoso amago Zyrtek se aloja.
En los terrenos que rodean la mansión, una línea de hierba muerta se extiende como una frontera mística que separa el mundo exterior del misterioso círculo de menhires. Estos antiguos monolitos, altos y imponentes, se yerguen en perfecta simetría a distancias iguales entre sí, creando una atmósfera de venerable solemnidad. Sus superficies gastadas por el tiempo guardan los secretos de eras pasadas, testigos silenciosos de incontables historias que se deslizan entre las grietas de sus vetustas piedras. Esta franja de tierra yace en silencio, como si fuera un recordatorio tangible de la antigua conexión entre la vida y la muerte.
La hierba, ahora desprovista de vitalidad, crea una barrera frágil pero definitiva entre la realidad tangible y aquello que encierran los menhires. Restos de pequeños animales yacen esparcidos en descomposición justo al otro lado de aquella línea de hierba muerta, creando una imagen surrealista que despierta la curiosidad y la inquietud. El aire está impregnado con un aroma a tierra y decadencia, mientras las sombras de los menhires se proyectan sobre el festín de la descomposición.