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- Sin duda tiene usted razón, señor inspector. Mire cuántas religiones existen, todas ellas con la ambición de poseer las almas y las voluntades de sus fieles.- Responde la mujer con voz sarcástica pero sosegada.


- Pero en la zona del mundo de la que procedo todavía existe cierto contacto con fuerzas naturales que parece haberse perdido en Europa. Le sorprendería saber cuántos de mis compatriotas recurren a ‘prodigios’ que serían difícilmente explicables para una mente racional.


Por supuesto has oído relatos sobre ciertas prácticas de brujería caribeña capaz de alzar a los muertos, crear muñecos malditos y similares. Pero te cuesta creer que se esté refiriendo a eso.


- Tenga cuidado inspector, pues en nuestro mundo pocas cosas son lo que parecen.


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Te encuentras de nuevo en el salón principal de la mansión, una impresionante estancia de dos alturas, en forma de óvalo alargado sin líneas rectas. Tres grandes lámparas modernistas cuelgan del alto techo decorado con mosaico. En la parte más alejada puedes ver una gran puerta doble de madera y vidrio coloreado que parece dar a una amplia terraza exterior.


La fiesta se halla en su momento álgido y la totalidad del salón principal bulle de actividad. Grupos de invitados empiezan a colarse por todos los rincones del gran salón, charlando animadamente, bebiendo y riendo. Los sirvientes caribeños se afanan por mantener las mesas y a los invitados bien atendidos, varios de ellos entran y salen del exterior cruzando las amplias puertas de madera.


Compruebas la hora, son las 9 y 15 de la noche y parece que el señor Rovira no tiene planeado hacer acto de presencia por el momento. Decides que no tiene sentido especular a ciegas sobre cuáles pueden ser las intenciones de vuestro anfitrión, por lo que vuelves a centrarte en tus posibles objetivos con la esperanza de averiguar algo más sobre los motivos de esta fiesta.