A duras penas consigues darte la vuelta. Mediante un titánico esfuerzo comienzas a retorcerte, a reptar, con el único propósito de conectar músculo y cerebro. Tu pulso, tan acelerado como tras haber terminado de correr una maratón, late en tu sien con rítmicos golpes que amenazan con hacer estallar tu cabeza. Por un instante, te ves parte del elenco de Scanners, aquella película de Cronenberg. Parce que tu cabeza va a estallar de un momento a otro y lo bueno es que al menos no serás tu quien tenga que limpiar el desaguisado. No te llega el aire a los pulmones. Te retuerces, notas como las fibras de tus músculos comienzan a responder. ¡Vamos, un poco más maldita sea! ¡Una puta ameba tardaría mucho menos! Tan solo los ojos atienden a tus peticiones y son inútiles en la oscuridad reinante. Danzan como locos de un lado a otro intentando discernir algo, descubrir algún detalle.