Avanzas a través de la vorágine de la tormenta, cada copo es un espectro danzante en el aire. La ventisca te envuelve, pero, extrañamente, no sientes el frío penetrante que esperarías. En cambio, una sensación inusual de calor te acaricia.

El paisaje se convierte en un resplandor caleidoscópico, un enigma de tonalidades inverosímiles. El crujido bajo tus botas adopta un ritmo caprichoso, como si caminaras sobre fragmentos de cristal. Voces susurrantes te envuelven, fragmentos de palabras que se desvanecen entre los remolinos de la furiosa tormenta.

Extiendes tu mano y tratas de atrapar uno de los preciosos copos de nieve, pero al tocar tu piel lo sientes cálido y se esfuma en el viento.

Poco a poco, el calor a tu alrededor se intensifica, volviéndose casi abrasador.

Te esfuerzas por enfocar la visión, pero cada intento se encuentra con la resistencia de una niebla impenetrable...

El calor se desvanece de repente. El frío regresa y una sacudida intensa te arranca de esta realidad.