Item | Descripción | Valor |
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El hecho de seguir aquella flecha le llevaría lejos de aquel idílico pueblo y lo metería en el bosque en donde pronto caería la oscura noche, tan solo ilumindo por la luz de luna llena que se cuela por entre los árboles.
Un carruaje siniestro se desliza silenciosamente por un camino cubierto de hojas secas. El vehículo, más una reliquia de pesadillas que un medio de transporte, está repleto de velas ardientes que iluminan la penumbra con una luz parpadeante y mortecina. El carruaje en sí es un espectáculo macabro, sus adornos desgastados y sus detalles ornamentales recuerdan a una era olvidada y a un tiempo pasado. Las llamas de las velas danzan y titilan en el viento nocturno, proyectando sombras que se retuercen y contorsionan sobre la pintura desgastada de la carrocería. El chasis cruje con cada sacudida, como si estuviera compuesto por huesos largamente olvidados.
Tirando del carruaje, dos caballos esqueléticos avanzan con una gracia fantasmagórica. Sus cuencas oculares vacías miran fijamente hacia adelante, mientras sus patas descalzas golpean el suelo con un sonido hueco y rítmico. El eco de sus cascos resuena en la noche, creando una melodía sombría que acompaña el lúgubre avance del carruaje.
El chofer, una figura esquelética vestida con harapos que ondean con el viento, sujeta con firmeza las riendas y guía a los caballos con una destreza que desafía la muerte. Su cráneo, desprovisto de carne y expresión, permanece imperturbable, y sus huesos se mueven con una solemnidad sepulcral.