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- Por supuesto, querido.- La señora Casademunt hace una mueca de algo similar a la melancolía.- No muchos de los asistentes aquí reunidos recuerdan que cuando yo era una joven casadera nuestras familias, ya poderosas en aquel entonces, tenían planes de boda entre Alejo y yo.- Al pasar cerca de una de las mesas tu interlocutora decide, esta vez sí, tomar una copa.


- Efectivamente, estuvimos prometidos por un tiempo, durante el cual pude llegar a conocerle todo lo bien que me fue posible. Era un hombre inteligente y atento, sin duda, pero también extremadamente celoso de su intimidad. Jamás me dio la oportunidad de acercarme a él, ni como confidente ni como mujer. Tan sólo confiaba sus asuntos a su hermano Pablo, y creo que únicamente le vi sonreír en compañía de su pequeña sobrina Isabel, una niña por aquel entonces.- La señora Casademunt vacía de un trago su copa, buscando fuerzas en ello para continuar su relato.


- Su hermano era mucho más abierto que él, más joven y de mejor constitución. En los negocios, Pablo tenía un gran don de gentes y se encargaba de dar la cara, mientras que Alejo era el cerebro de la empresa, tejiendo sus planes desde las sombras. Cuando finalmente los Rovira partieron a Cuba me alegré de que nuestro compromiso fuese cancelado, ya no podía evitar la sensación de que Alejo ocultaba algo en su interior, algo oscuro, cruel y egoísta.


Tras finalizar sus revelaciones, la mujer sacude la cabeza con despreocupación, volviendo a su estado inicial de socarronería desafiante.


- Disculpe, supongo que le estoy aburriendo con hechos que ocurrieron hace ya más de treinta años, creo que iré a buscar otra de esas excelentes botellas que guardan tan celosamente los morenos de Alejo.


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Te encuentras de nuevo en el salón principal de la mansión, una impresionante estancia de dos alturas, en forma de óvalo alargado sin líneas rectas. Tres grandes lámparas modernistas cuelgan del alto techo decorado con mosaico. En la parte más alejada puedes ver una gran puerta doble de madera y vidrio coloreado que parece dar a una amplia terraza exterior.


La fiesta se halla en su momento álgido y la totalidad del salón principal bulle de actividad. Grupos de invitados empiezan a colarse por todos los rincones del gran salón, charlando animadamente, bebiendo y riendo. Los sirvientes caribeños se afanan por mantener las mesas y a los invitados bien atendidos, varios de ellos entran y salen del exterior cruzando las amplias puertas de madera.


Compruebas la hora, son las 9 y 17 de la noche y parece que el señor Rovira no tiene planeado hacer acto de presencia por el momento. Decides que no tiene sentido especular a ciegas sobre cuáles pueden ser las intenciones de vuestro anfitrión, por lo que vuelves a centrarte en tus posibles objetivos con la esperanza de averiguar algo más sobre los motivos de esta fiesta.