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Aun no te explicabas como había podido pasar aquello, como un salto rutinario y, en teoría, controlado, te había llevado a aquel lugar, el más peligroso de todo el universo conocido, el mundo donde se había originado lo que entre las especies civilizadas se conocía como La Gran Plaga. Una especie de horribles y depravadas criaturas que, a pesar de su inteligencia, lo único sabían consumir y reproducirse sin control alguno. Una especie que había formado un Imperio que asolaba sistema tras sistema, mundo tras mundo, devorando sus recursos hasta volverlos completamente yermos. Y tú estabas en su centro.

A años luz de cualquier lugar mínimamente seguro o civilizado, lejos de todo lo que conocías y con una nave averiada entre los miles de millones de aquellas criaturas que habitaban en ese planeta, los millones que había en el asentamiento en el que te encontrabas, aquella especie de urbe, si es que se le podía llamar así, llena de construcciones y estructuras que se extendían hasta donde la vista alcanzaba y se alzaban hacia un cielo oscurecido por las permanentes nubes de desechos que hasta ocultaban la luz de su sol… y sin embargo, seguías con vida, lo cual era todo un logro.

Al menos, de momento.

La urgencia por salir de aquel inmundo planeta, el temor a que las baterías se agotasen y la incertidumbre de lo que podías encontrar en los oscuros y angostos caminos que serpenteaban entre las construcciones de aquel lugar hicieron que decidieses ir por el camino principal… el cual, no se encontraba precisamente vacío.

¿Cómo podía haber tantos de aquellos seres vagando por ahí sin rumbo fijo cuando hacía ya horas que había anochecido? Eso por no hablar de la enorme cantidad de luces que había, no solo para alumbrar el camino, sino luces de todo tipo por las paredes de las estructuras que bordeaban el camino: parpadeantes, fijas, blancas, de colores… era inconcebible como aquellas criaturas podían soportar eso. Fue por culpa de todas aquellas luces que te distraían y de la cantidad de criaturas que había a tu alrededor por lo que no te diste cuenta de la presencia de una patrulla hasta casi toparte de frente con ella, lo que hizo que te detuviese un instante.

No podías quedarte allí parado o llamarías la atención de los miembros de la patrulla, pero dado que, según parecía, aún no te habían visto, podías dar la vuelta y esquivar la patrulla… o podías seguir tu camino, esperando que tu indiferencia te permitiese pasar sin que te detectasen.