Biografía en viñetas de George Takei, centrada especialmente en cuando fue uno de los 120 000 japoneses prisioneros en uno de los campos de concentración («centros de reubicación», perdón) tras el ataque a Pearl Harbour.
George Takei
Considerado por mashable.com como la persona más influyente en Facebook, entre críticas por pagar por publicaciones divertidas a sus creadores, la imagen de Takei está permanente e irrevocablemente ligada a la Hikari Sulu, timonel de la Enterprise en la serie original de Star Trek, reseñada hace poco por un servidor. Pero Takei, que, aparte de sus optimistas, divertidas y a menudo reivindicativas publicaciones en redes, de su lucha por los derechos LGBT y por la mejora de relaciones entre Estados Unidos y Japón, siguió participando como actor, de cine y teatro, y como actor de doblaje en películas como Mulán o Kubo y las dos cuerdas mágicas, tenía aún una historia que contar.
Todos hemos oído hablar de los campos de concentración de otros países, pero se ve que en Estados Unidos, un país tan acostumbrado a contarnos su historia en multitud de películas y series, no había muchas ganas de hablar de los suyos propios. En 2019 Takei escribió un tuit diciendo que sabía lo que eran los campos de concentración, que había estado en dos en Estados Unidos y que el país estaba volviendo a operar campos como aquellos, en referencia a los centros de detención en la frontera con México. Quizá apremiado por los ecos del pasado que la actualidad provocaba en él, y junto con Justin Eisinger y Steven Scott, que le ayudaron a dar forma a la historia —su historia—, y con el encantador dibujo de Harmony Becker, Takei, nacido en Los Ángeles e hijo de dos californianos de origen asiático, se animó a publicar el cómic del que vamos a hablar.
La visión de un niño
Aunque a través de los padres de George presenciamos la preocupación y la tensión que viven los adultos, la experiencia del niño y sus hermanos está llena de la luz de la incomprensión. Los centros de reubicación son una cosa nueva, una aventura. Aunque los hagan dormir en establos insalubres que todavía huelen a estiércol o los hagan vivir entre vallados de alambre de espino.
Maus tuvo el acierto de convertir a sus personajes en animales para encontrar la distancia suficiente como para hacer la lectura soportable, pese a que su historia era igualmente de una crudeza dolorosa; y, de modo similar, Éramos el enemigo encuentra ese necesario equilibrio en la visión infantil del joven George y en el dibujo de Harmony Becker.
No quiero engañaros. La historia sigue siendo dura y triste. Fumiko, la madre, llorando, hace que el corazón se encoja y las injusticias que se exponen de forma constante resultan frustrantes y descorazonadoras, especialmente si uno aprecia analogías con el presente.
La obra
La narración está llena de saltos entre los acontecimientos del centro de reubicación y momentos del George Takei adulto: cuando conoció a Gene Roddenberry o a Nichelle Nichols, sus obras de teatro, su activa participación en el museo nacional japonés-americano, etc. Le da un aire de documental. Me pareció que no era el formato que más exprimía la fuerza de la historia, pero quizá lo eligiesen de forma muy consciente para recordar en todo momento que la situación, al final, se resolvía… vamos a decir que bien, aunque desde luego sea una forma muy benévola de hablar.
Ya he hablado un poco sobre lo acertado que me parece el dibujo. No es un estilo que me encante ni son unas imágenes que vaya a recordar en el futuro, pero creo que es perfecto para la intención que Takei y sus compañeros de guion tenían para Éramos el enemigo. Es luz en una historia muy dramática.
Además, esta clase de narraciones biográficas, reales, tienen, por supuesto, el valor añadido del descubrimiento de un pedazo de historia. De uno de esos pedazos de los que nadie se siente orgulloso. El gobierno estadounidense, décadas después, acabó reconociendo el error y disculpándose con quienes todavían vivían, mientras, como expone Takei, abría o mantenían nuevos centros de similares características. El oscuro pasado que regresa. No quiero sacar comparaciones de aquí. No estoy de humor y tampoco quiero atraer ciertas discusiones, probablemente estériles y, sin duda, amargas.
Conclusión
Éramos el enemigo es un cómic que encuentra su fuerza en el tema que trata, que es por lo que se puede considerar recomendable. Lo que importa es lo que sucedió, lo que sucede. Lo que importa es lo que estuvo y está fuera de sus páginas, fuera, también, del poder de George Takei para cambiarlo. Es una llamada de atención.
Artísticamente, en mi opinión, no siempre toma las mejores decisiones y a veces su narración no tiene la fuerza que creo que debería tener, sus constantes saltos temporales resultan ligeramente disruptores y el dibujo, aunque muy apropiado, carece de la pegada necesaria para calar, o para calarme, al menos.
Quizá que la recomendación de su lectura me llegase a través de una comparación con la joya inmensa y brillante que es Maus, del que hay un breve comentario escrito en Umbría, jugó algo en su contra. Éramos el enemigo no es Maus, ni, desde luego, necesita serlo. Quizá evitando esas expectativas desde el principio podáis disfrutarlo un poco más que yo.
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