Long, long time ago... siendo yo un crío recién salido de leer la Fundación del maestro Asimov, pedí a mis padres que me recomendasen algún libro. Resultó ser una serie de libros de aventuras ambientada en el descubrimiento de América increíblemente entretenidos —ésa es, sin ninguna duda, su mejor baza—, contados de forma ágil y llena de personajes interesantes.
Diría que fue Cienfuegos quien, en su momento, hizo que me sumergiese un poco en literatura contemporánea española. Lo tenía todo: es una novela apasionada, llena de acción, aventuras, descubrimientos, amor, enfrentamientos, traiciones... enfermedades chungas, Historia; Cienfuegos era grande y mi recuerdo sobre él era inmenso, magnífico e irisado.
Últimamente me apetecía algún libro corto de aventuras con increíble ahínco, así que tras echar un ojo a la considerable biblioteca que reunimos en casa (en la casa de mis padres, vaya), me decidí a releer esta novela. Siempre me pasa lo mismo. Cuando cojo un libro del que guardo especial cariño, lo hago con el temor de que esta vez no me gusta; de pensar que sólo me gustó debido a mi inocencia o ingenuidad infantil o qué se yo. Lo cierto es que la mayoría de las veces no me pasa, pero con cada una que sí lo hace siento un pequeño pinchazo de dolorosa decepción, como si algo hubiera terminado, como si lo hubiera perdido para siempre. ¿No os pasa?
No me pasó con Cienfuegos. En absoluto. Lo he vuelto a disfrutar con todas mis ganas. Bajo su forma de novela de aventuras se oculta una historia de amor exagerada y a su manera épica, un romance de Paris y Helena que sobrevive a la lógica y a los peligros. ¿O acaso es una novela de amor que oculta una increíble historia de aventuras? Tengo mis dudas, pero el caso es que se trata de una de las lecturas más cómodas, sencilla e interesantes que he afrontado nunca. Las páginas se suceden rápidas e interesantes, manteniendo enganchado al lector que contempla las raudas escenas, con una descriptiva aceptable y que pone bien en situación pero no atiborra ni cansa. Los personajes, a su manera sencillos y claros, consiguen todos cierto protagonismo en las líneas que se les dedica: el inteligente y converso Don Luis de Torres, el magnífico y capaz Juan de la Cosa, el obsesivo Colón, el vil y malencarado Caragato, el amable y tranquilo Virutas, e incluso los prácticamente referenciados León de Luna e Ingrid Grass, vizconde y vizcondesa, respectivamente, de Teguise; y, por supuesto, el cabrero de La Gomera que protagoniza la historia, el hercúleo Adonis pelirrojo, inculto y acrobáticamente simiesco, que es Cienfuegos.
Y el modo es sencillamente genial. Aparte de unos personajes atractivos, de una narración rápida como el viento de una galerna cantábrica que no deja caer el interés en ningún momento, nos encontramos con una rápida visita de la vida a bordo de una de las carabelas y luego con una veloz descripción de La Española, del fuerte de la natividad y de la vida salvaje. Las malas caras, las sucias palabras, las viles acciones unidas a la exaltación de la camaradería, de la vida en el mar, de la rudeza y la serenidad ante los imprevistos. Tantos personajes tan juntos, la forma en que los presenta a los pocos desde la siempre peculiar mirada del cabrero, conforman un cuadro magnífico, una muestra de manual de cómo escribir una novela de aventuras hasta el final.
Me parece, insisto, la guía perfecta de cómo escribir una novela de aventuras, pero no me gusta cómo el exagerado amor de los protagonistas guía sus acciones. Supongo que soy reacio a aceptar una guía tan fuerte en un libro, aunque no empaña realmente la nota del libro. A ver si retomo a este autor que lo tengo muy abandonado desde hace un par de lustros.