Soso, soso, soso. La mayoría de las situaciones y “enigmas” que tiene la historia son sólo para “marear la perdiz”, es decir, que no importan nada en la trama y sólo sirven para que el libro tenga más páginas. A la mitad parece que la cosa coge algo más de cuerpo, pero realmente el libro genera unas expectativas que luego no cumple porque la trama es simple y sencilla; además, el lector se entera de todo con un mísero “cuéntamelo”, ni siquiera hay una dosificación de la información para que la intriga se mantenga. Presenta a varios personajes que no hacen nada, absolutamente nada, en todo el puñetero libro: se pasa un capítulo entero presentando un personaje (el fiscal del distrito), para que dicho capítulo sólo sirva para que el protagonista pueda decir que sabe cómo aprovecharse de él.
La forma en que está escrito no está mal, pero a mí no me gusta: describe tanto que llega un momento en que no sabes de qué te está hablando (se pasa un párrafo completo explicándote cómo lía un cigarro, que si el anular de la derecha aquí, que si el índice de la izquierda gira, que si el pulgar…). También tiene un término medio entre novela de aventuras y de misterio que el autor no supo mezclar bien: no hay demasiadas pistas, pero el protagonista casi lo único que hace es hablar con la gente, lo que no es muy “aventurero” que digamos.
Lo bueno: tiene el estilo de las películas de la época de “Casablanca” (hay una adaptación al cine con el propio Bogart), las chicas son señoritas y los señores llevan sombrero. Libros de los que ya no se escriben.
Nota: