Uno de los populares librojuegos de los 80 que es también el más extraño y divertido: el argumento pasa de ser el típico dungeonero o misión de aventurero solitario para seguir la trama habitual de las casas encantadas: un viajero que se refugia en un caserón lleno de secretos. Las ilustraciones dan bastante atmósfera y el argumento resulta interesante y con su punto de angustia (bueno, para un niño de doce años, claro), en el que el autor incluso se permite algunas bromas como que se pueda decidir si cenar pato o cordero, tomar vino blanco o tinto con la cena, y lo mejor de todo: el consumo de alcohol para reducir los puntos de miedo. El principal defecto sin embargo es la acumulación de monstruos y engendros por toda la casa, como si fuera un dungeon cualquiera: tras pasar por varias habitaciones en las que pueden encontrarse esqueletos, fantasmas, zombies y muchos más, uno empieza a preguntarse cómo no se acaban peleando los monstruos entre sí o si no se habrá metido por error en el Tren de la bruja.
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