La fantasía urbana es un género relativamente reciente, caracterizado por la aparición de criaturas sobrenaturales (preferiblemente demonios y cambiaformas), magos y chamanes en ciudades no muy diferentes de las reales, pero bastante influenciadas por el ambiente de Mundo de Tinieblas.
El ejemplo más típico serían las novelas de Harry Dresden, o hilando muy fino, las novelas de Guardianes de la noche de Sergei Lukyanenko, y en el caso de la serie de Jill Kismet, se dedica a explotar esta nueva ambientación con resultados bastante irregulares.
El libro no pretende otra cosa que presentar a un personaje que tiene todas las papeletas para ser “molón”: una encallecida cazademonios que ha sellado un pacto con una criatura infernal para obtener ciertos poderes sobrenaturales, tales como fuerza, velocidad, y la habilidad para poder detectar auras. Y encima, va vestida con pantalones de cuero y un largo abrigo negro del mismo material…vamos, que más tópico no podría ser. Los demonios que aparecen tampoco es que sean el colmo de la originalidad: son malos, perversos, quieren hacer pactos fáusticos con los humanos y atormentan a la gente. Los cambiaformas son leales, domésticos y honorables. Y todos ellos son arrebatadora y sobrenaturalmente hermosos, de una forma que llega a resultar cansina cuando, al quinto o sexto demonio que aparece en la novela, lo vuelven a describir como una criatura de belleza angelical.
El argumento es más bien una excusa (buscar a un asesino sobrenatural para descubrir que nada es lo que parece) para ir presentando el universo en el que la protagonista y sus acompañantes se mueve, y de paso, para mencionar a otras criaturas (hechiceras o vampiros) que seguramente aparecerán en las próximas novelas. Vamos, que de tan simple y tópico que es, se acaba leyendo en muy poco tiempo.