Mi primera reacción ante esta película fue dejar de verla, a la mitad. Hace ya diez años: eran las tantas de la noche, a oscuras, y la echaban en La2. La segunda, tiempo después fue: «niño, deja de tocar los cojones con la pelotita».
Esta cinta canadiense es una película sobria, inquietante, el mejor ejemplo de cómo mezclar un buen puñado de tópicos (la casa encantada, el crimen oculto, el fantasma que clama venganza) y conseguir mantenerte pegado al sillón durante todo su metraje. Sin grandes efectos, sin buscar desesperadamente trucos laberínticos por los que perderte a costa de la ambientación, sin los fuegos artificiales a los que muchas películas de terror moderno nos tienen acostumbrados. El mayor acierto de la película es su sabia elección de planos: nada de planos cortos y vertiginosos que pasan delante de tus ojos como pirotecnia barata. Toda la película se diría enfocada desde el punto de vista de la «presencia»: picados que observan al protagonista desde el ático, desde el techo, desde lo alto de la escalera. Largos planos en los que vemos al protagonista de espaldas, desprotegido, y no sabemos si somos nosotros los que observamos o es él.
La película es lenta pero constante, manteniendo la tensión en todo momento. Tan sólo se acelera para agilizar la investigación, dándote un respiro y quizás rompiendo de forma algo abrupta el ritmo. Los escasos sustos de la película no son efectistas y el director no juega a pillarte desprevenido: te avisa, sabes que se acerca y te agarras al cojín. Quizás el final desentona con ese principio de austeridad dominante de toda la película (es, a mi gusto, excesivo e innecesario), pero no se convierte en un fraude y no llega a embarrar el recuerdo inquietante de estar atrapados junto al protagonista -la cámara siempre vigilante, nosotros de espaldas- en un viejo y decadente caserón.
Los actores, especialmente George C. Scott, están soberbios. El viejo John Russel es capaz de expresar más con una mirada que muchos con un parlamento de tres párrafos. Y qué decir del viejo y orgulloso senador. Nada de histrionismo, ni masculino ni femenino, salvo cuando es preciso. Y a veces, si te persigue un objeto que en principio creías inerte, lo es.
Creo, sin embargo, que es de esas películas que necesitan entrar en tu retina cuando tu imaginario particular de monstruos, miedos y pesadillas se está aún formando. No es que no haya envejecido bien (aún guarda el sabor añejo del buen cine de culto), pero tras tantas películas de sustos y de enredos sin límites que buscan la sorpresa definitiva, el giro imposible, quizás este ritmo lento y pesado basado en la opresión, el silencio y los susurros te resulte aburrido. Lo ignoro. Yo le daría una oportunidad. Nunca una pelotita mojada bajando lentamente por una escalera resultó tan evocadora.
Muy buena película. Elegante, inquietante, sobria. Un poco lenta para los gustos modernos, pero de visión imprescindible para el aficionado al cine de terror.