El mismo Paul Naschy reconocía que La rebelión de las muertas se trataba de una de las películas más surrealistas que había hecho nunca, y no es de extrañar: la historia es una mezcla de crímenes relacionados con el vudú, muertos que obedecen órdenes y misticismos hindúes que nadie sabe muy bien lo que pintan, pero que demonios, resultan exóticos y eso era lo que buscaba el guionista. Todo ello completado con una banda sonora de jazz bastante estridente que a ratos resulta desconcertante, y a ratos, pegadiza.
La película acaba por ser un ejemplo de cómo sería el género pulp de haber continuado más allá de los años treinta: hay un héroe con poderes místicos, un estudioso de cultos presuntamente desconocidos, una doncella en apuros y un villano misterioso con un ejército de zombies a sus órdenes. Y por supuesto, todo ello sucede en Londres, que es donde transcurren los grandes folletines.
En conjunto, tiene más ganas que medios, la realización resulta un poco torpe y el guión a veces se cae de puro simple, pero a pesar de esto, resulta tremendamente divertida por esa falta de pretensiones y esa mezcla de magias y culturas, que acaba resultando tanto entretenida como inocentona.