Sé que quizá esta reseña no será bien recibida por algunos pero… ahí va la cosa.
Antes de nada quizá deba realizar una pequeña reseña sobre mis gustos y preferencias cinéfilas que, si bien cualquiera de vosotros podrá o no estar de acuerdo, pienso que es tan respetable como cualquier otra. Siento especial aversión hacia el cine del Oeste. No soporto los westerns… ni los clásicos ni los modernos… ni los que van cargados de superestrellas del género como Jonh Wayne o Robert Mitchum ni los espagueti westerns rodados en Almería a lo largo de la década de los setenta donde los indios eran simpáticos andaluces. Lo tiento… no puedo. La única película donde aparecen sombreros de vaquero y que me gusta es Siete novias para siete hermanos.
Y esto, ¿a dónde nos lleva? Pues a que Clint Eastwood nunca ha sido uno de mis actores fetiche; ni por su vertiente pistolera ni tampoco demasiado (aunque un poco más si) por la archiconocida saga de Harry. Pero… Oh my God… cuando empecé a conocerle como director toda mi vida cambió. No es coña… es así. La cosa comenzó con “Medianoche en el jardín del bien y del mal” que me dejó absolutamente patidifuso (aunque luego, viéndola comparada con el resto de la filmografía no es de lo mejorcito), “Million Dollar Baby” y “Mistic River”. No me preguntéis por qué pero las vi en ese orden. El impacto fue total. Su manera de contar las historias, de plantear un guión como algo sencillo, sin artificios ininteligibles que tratan de dar el triple salto mortal para encubrir que, en realidad, la historia es una “chuminá” (cosa muy manida y recurrente últimamente). Con Eastwood uno tiene la impresión de que hacer cine es sencillo y, a la vez muy complicado. Cuenta la historia como un cuento; presentación, nudo y desenlace. Dirige personajes con delicadeza y los reviste de una magnética humanidad que duele. Quedé enganchado y me tracé el propósito de acudir a las salas cada vez que este hombre decidiera parir alguna de sus creaciones a la vez que completaba la filmografía atrasada. Cuanto trabajo me quedaba por hacer pero fiel a mi propósito me puse a ver Sin perdón … y me aburrí. Sin duda debo de ser yo.
Posteriormente vi Los Puentes de Madison. Una película que jamás habría tenido en cuenta por considerarla “de chicas” y, finalmente, quedé tan emocionado que descubrí de nuevo al Eastwood actor. Pero no al duro Harry… o al “bueno”… a un Eastwood tremendamente frágil, humano, tierno… actor. Y revisité obras pretéritas como intérprete con dispares resultados. Y llegó “El Intercambio” donde me llegó a fascinar, “Gran Torino” y después “Invictus” que me dejó frío. Pero lo que estaba claro era que a lo largo de los años y las películas, Clint Eastwood merecía todo mi respeto y admiración; director, actor, músico, actor, productor, director, actor… y suma y sigue. Y a los noventa años al pié del cañón. Olé.
Y con todo esto encima, el sábado pasado me metí en el cine y me trague las dos horas y pico de tostón insoportable llamado “Más allá de la vida”. Los primeros quince minutos me dejaron pegado en la butaca y, cuando parecía que el amigo Clint lo había vuelto a conseguir, apareció… la nada. Lo siento pero creo que la historia está hueca, los personajes vacíos y, sin embargo se emplea una cantidad de metraje innecesariamente largo y tedioso en perfilar las circunstancias personales que empujan a cada uno a buscar de diferentes formas la manera de obtener respuestas sobre el tema recurrente; la muerte. Algo que se puede contar “muy requetebién” en unos treinta minutos (hablo de esa contestualización de cada personaje), en la película demora tres veces más. Presenta ciertos tópicos carentes de la humanidad que me esperaba; la periodista intrépida que no se detiene ante nada, el niño retraído ubicado en una familia desmembrada, el hermano del vidente que se aprovecha inhumanamente del don de su hermano… Lo de que Matt Damon me parece tan interesante como actor como una tostada de pan integral ya es de sobra conocido (aunque lo hago, evito repetirme) pero en esta película me parece que se llega al epítome de la inexpresividad. Dibuja un personaje gris y pobre de pensamientos, de ilusiones, de ganas por nada. Se sabe que fue un conocido vidente que ahora reniega de aquella época pero no se paran en darle una justificación a ese punto crucial del guión a pesar de que sí se dilapidan innecesarios minutos de celuloide con la indignación de la periodista ante la falta de apoyo de sus editores cuando pasa de ser una periodista reputada para convertirse en escritora de libros de parapsicología. Alucinante…
La música, la fotografía y la ambientación es igual de triste y monocorde y, lo que en el tráiler te venden como una historia vibrante llena de vida aun desarrollándose a las puertas de la muerte, en la realidad uno deseó la “idem” en varios momentos de la proyección. El vestuario transporta a los primeros años de la época de los ochenta a pesar de que sucede en la actualidad (y aún me pregunto por qué). El doblaje me dejó muerto. Me gusta el doblaje que se hace en España… ojo, pero la mujer que dobla al niño (que también dobla a un osito de dibujos animados que ponen por ClanTV) tiene un acento catalán excesivamente marcado. ¿Por qué la periodista francesa habla todo el rato como si fuera Marlene Moureau y el niño como si fuera de Tarrassa aún siendo londinense? ¿Por qué se empeñan en ponerte en francés subtitulado durante toda la historia de la periodista pero a los indonesios que se ven asolados por el tsunami los doblan en perfecto castellano de Burgos?
En fin… luces y sombras en lo que se refiere a mi relación espectador/realizador con el señor Eastwood, y esta ha sido una sombra igual de oscura y profunda como brillante me pareció Mistic River o Los puentes de Madison. Pero no le abandonaré… seguiré yendo a las salas a tratar de disfrutar con su cine.