Un hombre se derrumba con la muerte de su esposa y se adentra en una espiral de autodestrucción social, pese a la gente que intenta ayudarle.
Gervais en estado puro
Si habéis visto cualquier cosa escrita por Ricky Gervais, sea una de sus series (la The Office británica, Derek...) o de sus monólogos, que en Netflix hay unos cuantos, tendréis una idea muy clara del humor con el que os podréis encontrar en After Life. Ricky Gervais es un tipo fiel a sí mismo y a su forma de entender el humor: negro, en ocasiones faltón y siempre carente de todo respeto por lo que considera estúpido. Si su humor no os gusta, yo recomendaría que no os acercaseis a la serie, porque, si bien tiene más drama e interés dramático que otras de sus obras, la carga de su humor puede resultar muy pesada en ocasiones. Incluso a mí, que me suele gustar, se me hace pesado cuando encadena dos o tres gags que no me agradan.
Dicho esto, lo que debéis saber de la serie es que trata, fundamentalmente, sobre el duelo del protagonista y sobre cómo intenta encajar las piezas de una vida que, sin su mujer, no parecen tener sentido ni forma alguna de volver a montar el rompecabezas que es toda existencia. Tony, el protagonista, se ve perdido, salvo quizá en compañía de su preciosa y cariñosa perra. Mismo sus interacciones con personas cercanas resultan algo artificiales y duras, siempre cobijado bajo la pátina de cinismo arisco que caracteriza el humor de Gervais, con esas muestras airadas y despectivas hacia aquellos con quien tiene confianza y hacia quienes, me atrevería a decir, siente aprecio.
Quizá la estandarización de cómo se muestra el cariño sea una de las cosas que más rechazo puede producir en After Life. No hace tanto el bofetón era un sistema educativo válido y ya no lo es; pues, de forma similar, la crítica y el comentario hiriente fueron mucho más amigables de lo que hoy se les considera, y en ese aspecto podríamos decir que Tony es un poco señoro mayor... y a veces repele un poco. Pero podemos ver que Tony hace cosas por la gente a la que aprecia. Quizá no dice las cosas con las palabras adecuadas, quizá es un imbécil la mitad de las veces que abre la boca; pero sus acciones no son detestables ni mucho menos.
Serie breve
Una de las cosas que me animó a hacer la reseña es que la serie está oficialmente terminada. Son tres temporadas, cada una constituida por seis episodios de unos 25 minutos. Siempre son capítulos ágiles que combinan el humor un poco rudo con el drama oscurillo que lo tiñe todo; pero deja también momentos luminosos y esperanzadores, como las conversaciones que mantiene con Anne en el banco del cementerio, algún momento ocasional con Emma o el cariño y entrega que tiene con la mascota.
Si entráis en su juego, es una serie que se deja ver con gracia y cuyo drama humano, en el peor de los casos, puede que compense los patinazos humorísticos que le podáis encontrar... aunque me parece jugar con fuego, que ahora estamos todos un poco a la que salta.
Quizá esa brevedad ha permitido que la serie haya sido respetuosa con su fórmula de principio a fin, aunque en el tramo final se ven ciertos indicios de redención; quizá una nueva fase del duelo de Tony, que ya no necesite mostrarse tan duro y reacio a aceptar y mostrar cariño. Es, juraría, la única concesión que se hace desde el arranque de la serie a la propuesta: los personajes van viviendo sus cosas, pero sus fichas de personaje están muy claras desde el primer momento y no hay volantazos para ajustarlos en mitad de la serie.
Conclusión
No comparto esa visión de que sea una de las mejores series de los años recientes, pero sí creo que se trata de un producto potente e interesante, que trata con gracia y justicia el difícil momento del duelo y, de paso, las noticias de los medios locales en las poblaciones pequeñas. Me lo pasé bien y, a mi manera, echaré de menos a ese gruñón maleducado que fue Tony, a la encantadora enfermera Emma y a la preciosa pastor alemán del protagonista. Espero que les vaya bien a todos.
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