Se trata de una visión muy curiosa de los mitos más típicos del terror clásico: vampiros, licántropos y fantasmas. La premisa de la serie es tratarlos desde el punto de vista más prosaico posible, olvidando toda clase de dramatismos y actitudes inquietantes que otras series no consiguen abandonar aunque lo intenten, como es el caso de los vampiros en True Blood.
De hecho, en la serie hay dos partes distintas: el piloto tiene un ambiente más trágico, con algo de humor basado principalmente en la inocencia de George y el comportamiento neurótico de Annie. Los vampiros, en cambio, tienen un aspecto más tradicional, refiriéndome con “tradicional” a la estética que les dio el Mundo de Tinieblas en los noventa: tienen reuniones secretas, actúan de forma principalmente inquietante y a menudo emplean su propia jerga.
En la primera temporada, propiamente dicha, los cambios son evidentes, y no solo a nivel de reparto (cambian los actores que interpretan al vampiro y la fantasma), sino que el tono de la historia se vuelve algo menos dramático. Sin embargo, el tema de los vampiros resulta algo más manido: aunque el lider de Bristol del episodio piloto es sustituido por el sargento de policía, siguen manteniendo el típico enfrentamiento entre licántropos y vampiros, por no hablar de la fijación de estos últimos por alcanzar una especie de “solución final” que parece consistir en esclavizar a la humanidad…
Por suerte, la serie se lleva bastante bien, y este tono dramático es contrastado por los problemas de los protagonistas: pagar la renta, salir a la luz del día, encontrar un buen sitio en el que convertirse en licántropo o apañárselas con una visita del casero, todo ello llevado con bastantes dosis de humor negro.
Solo he visto el episodio piloto pero tiene buena pinta. Es un buen crossover que mezcla criaturas sobrenaturales muy diversas y que tiene su gracia.