Peliculas

 La película dura dos horas y media. Dos horas y media de puro lujo. El ritmo, sin ser rápido, está manejado con precisión y esmero, a través de unos diálogos poderosos, de unas interpretaciones impresionantes, de personajes profundos, de lo expresivo del búnker, que resulta terriblemente opresivo y claustrofóbico, gris y oscuro, despiadadamente real; mientras Eva Braun organiza una serie de fiestas que, claramente, promueven la evasión de la realidad.

La presentación de Hitler, como una persona amable, atenta y considerada nos sitúa en un plano distinto al que nos suelen mostrar. Consigue ser fría —sin caer descaradamente en una postura—, histórica, interesante, tensa, tener corrección artística y ofrecer una reflexión moral sobre lo sucedido. Todo al mismo tiempo, ¿qué más se le puede pedir? Sólo con eso, creo yo, ya estaríamos ante una película fantástica.

Y, por si fuera poco, Bruno Ganz. El actor que interpreta a Adolf Hitler es, sencillamente, increíble. Su agitación nerviosa de la mano, la expresividad de su cara y de sus ojos, sus saltos coléricos, sus movimientos, su voz... todo. Me parece una interpretación fantástica, dura y creíble, que da la puntilla para la película. Estaba claro ya que nos encontrábamos ante una gran obra, pero Ganz hace el resto, proporcionando un punto de partida elegante y majestuoso en torno al que da vueltas lo demás, sabiendo explotar las facetas más humanas y las más monstruosas del Fuhrer, de cautivar y emocionar al espectador mientras le obliga a esperar sobrecogido la resolución final que todos conocemos. El resto del reparto, no obstante, realizan un trabajo muy cuidado y creíble en todos sus aspectos, que sirven de acompañamiento de lujo a la brillante interpretación de este. Esto, añadido a la magnífica caracterización de los personajes y a la buena elección de los actores, contribuye al resplandor del conjunto.

Es una película fantástica que evita caer en una demonización exagerada del dictador alemán, a la par que da unos matices interesantes de Eva Braun y de los Goebbles. Grande la dirección y las interpretaciones —magnífica la de Ganz, insisto, y me quedo corto—, fantástico el ambiente, la sensación de opresiva claustrofobia; y la derrota, tan palpable, que casi se choca con ella en el aire.